lunes, 25 de abril de 2011

UNA INFRACCIÓN

Así como el comienzo del espectáculo lo tuve claro casi desde el principio (bajo la advocación de Gil de Biedma), al final le he dado mil vueltas. Finalmente lo he resuelto infringiendo dos de las normas básicas que me había impuesto. Había deccidido no recurrir a ningún texto teatral y limitar la selección a autores y poemas que se suponen conocidos por al menos una parte más leida del público. Pues bien, venciendo la resistencia del autor, bien por falsa modestia, bien por temor a las críticas, bien por cualquier otro motivo más o menos inconfesable, he recurrido a un texto teatral de Mariano Anós: un fragmento, levemente modificado, de “Comedia de Fausto”, que venía al pelo como epílogo, con el atenuante de estar escrito en verso. Lo reproduzco aquí con la amable autorización del autor.

Nada importa quién habla.
Una boca se pone en movimiento
y articula el bostezo del lenguaje
porque alguien ha de hacerlo
para que el responderse de los ecos
responda de nosotros, por nosotros,
los muertos y los vivos,
celebrando el murmullo de la sangre
como si cada vez naciera el mundo
por saberse nombrado,
porque alguien se hace cargo.
Del laberinto abierto de la vida
nadie se adueña, a nadie pertenece
sino al propio lenguaje que nos habla.
Yo, sombra de una ausencia,
impostor de mi propio personaje,
sin miedo ni esperanza
me dirijo al vacío
como representante de una tregua,
la que el teatro ofrece
para al instante resolverse en viento.
Decidme, pues, en vuestra propia lengua.
Vosotros que veláis en la penumbra,
¿qué relato esperáis sino el que os trae?
¿Qué acción sino la misma que os sostiene?
El arte verdadero está en borrarse,
despedir a los dioses
y abrir el horizonte del silencio.

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