viernes, 22 de abril de 2011

Sobre los autores de los poemas, Miguel Labordeta

Miguel  Labordeta (1921-1969), nació y murió en Zaragoza, ciudad a la que estuvo vinculada su vida y su obra poética. Su obra constituye, según algunos críticos, “uno de los logros más singulares, una de las aventuras líricas más hermosas de nuestra literatura de posguerra”, pero es poco conocida porque él siempre quiso mantenerse al margen de mundo comercial literario. Poeta de cierto tono e influencia surrealista, domina, sin embargo, en su “voz lírica” el soliloquio, la vivencia personal de la temporalidad y la reflexión sobre el ser mismo del hombre. Son sus libros: Sumido 25 (1948), Violento idílico (1949), Transeúnte central (1950), Memorándum (1959), Epilírica (1961), Punto y aparte (1967, antología), Los Soliloquios (1969). En 1972 fueron publicadas  Autopía y sus Obras Completas. Publicó también la tragicomedia Oficina de Horizonte (1960).

¿Quién no se ha preguntado, al contemplar alguna foto antigua, qué queda en nosotros  de aquel niño que éramos, que fuimos? Suele surgirnos de inmediato una reflexión, que ya plantearon los antiguos, o quizá el hombre de todos los tiempos, sobre la transformación que en nosotros ha ejercido, y ejerce, el paso del tiempo. A veces nos produce un poco de tristeza y añoranza; y hasta puede ocurrir que, desde nuestro tiempo presente, no nos reconozcamos y sintamos como extraño nuestro aspecto antiguo, nuestras antiguas ambiciones, pensamientos o sueños.

En este poema, Retrospectivo Existente, uno de los cuales compone el repertorio de Retrato, Miguel Labordeta expresa sentimientos y pensamientos  de este tipo.

Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.

Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.

¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.

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